sábado, 21 de junio de 2014

LAS LEYES ESPIRITUALES

La fuente de toda creación es la conciencia pura, la potencialidad pura que busca  expresarse para pasar de lo inmanifiesto a lo manifiesto. Y cuando nos damos cuenta  de que nuestro verdadero yo es la potencialidad pura, nos alineamos con el poder que  lo expresa todo en el Universo.

El Universo opera por medio de un intercambio dinámico. Dar y recibir son aspectos diferentes del flujo de energía en el Universo. Y si estamos dispuestos a dar aquello que buscamos, mantendremos la abundancia del Universo circulando en nuestra vida.
Cada acción genera una fuerza de energía que regresa a nosotros de igual manera. Cosechamos lo que sembramos. Y cuando optamos por acciones que les producen alegría y éxito a los demás, el fruto de nuestro karma es también alegría y éxito.

La inteligencia de la naturaleza funciona con toda naturalidad, con despreocupación, con armonía y con amor. Y cuando aprovechamos las fuerzas de la armonía, la alegría y el amor, creamos éxito y buena fortuna con gran facilidad.

Inmanente en toda intención y en todo deseo está el mecanismo para su realización, la intención y el deseo en el campo de la potencialidad pura tienen el infinito poder organizador. Y cuando introducimos una intención en el suelo fértil de la  potencialidad pura, ponemos a trabajar para nosotros ese infinito poder organizador.

La sabiduría de la incertidumbre reside en el desapego, en la sabiduría de la incertidumbre reside la liberación del pasado, de lo conocido, que es la prisión del condicionamiento anterior. Y en nuestro deseo de ir hacia lo desconocido, el campo de   todas las posibilidades, nos entregamos a la mente creativa, que orquesta la danza del  Universo.


Todo el mundo tiene un propósito en la vida, un don único o talento especial para  ofrecer a los demás. Y cuando combinamos ese talento único con el servicio a los  demás, experimentamos el éxtasis y el júbilo de nuestro propio espíritu, que es la meta última de todas las metas.

El éxito en la vida podría definirse como el crecimiento continuo de la felicidad y la realización progresiva de unas metas dignas. El éxito es la capacidad de convertir en  realidad los deseos fácilmente.
No obstante, el éxito, incluyendo la creación de la riqueza, siempre se ha percibido como un proceso que requiere mucho esfuerzo, y que muchas veces se logra a  expensas de los demás.
Necesitamos acercarnos de una manera más espiritual al éxito y a la riqueza, que no es otra cosa que el flujo abundante de todas las cosas buenas hacia nosotros.
Conociendo y practicando las leyes espirituales, entraremos en armonía con la naturaleza para crear con espontaneidad, alegría y amor.

El éxito tiene muchos aspectos, y la riqueza material es solamente uno de sus  componentes. Además, el éxito es una travesía, no un destino en sí. Sucede que la  abundancia material, en todas sus manifestaciones, es una de las cosas que nos permite disfrutar más la travesía.
Pero el éxito también se compone de salud, energía, entusiasmo por la vida,  realización en las relaciones con los demás, libertad creativa, estabilidad emocional y  psicológica, sensación de bienestar y paz.


Pero ni siquiera experimentando todas estas cosas podremos realizarnos, a menos que cultivemos la semilla de la divinidad que llevamos adentro. En realidad, somos la divinidad disfrazada, y el espíritu divino que vive dentro de nosotros en un estado embrionario busca materializarse plenamente.

Por tanto, el éxito verdadero consiste en experimentar lo milagroso. Es el despliegue de la divinidad dentro de nosotros.

Es percibir la divinidad en cualquier lugar a donde vayamos, en cualquier cosa que veamos: en los ojos de un niño, en la belleza de una flor, en el vuelo de un pájaro.
Cuando comencemos a vivir la vida como la expresión milagrosa de la divinidad - no de vez en cuando sino en todo momento - comprenderemos el verdadero significado  del éxito.

Una ley es el proceso por el cual se manifiesta lo que no se ha manifestado; es el  proceso por el cual el observador se convierte en el observado; es el proceso por el cual el que contempla se convierte en paisaje; es el proceso a través del cual el que sueña proyecta el sueño.
Toda la creación, todo lo que existe en el mundo físico, es el producto de la transformación de lo inmanifiesto en manifiesto. Todo lo que contemplamos viene de lo desconocido. Nuestro cuerpo, el universo físico -todo lo que podemos percibir por medio de los sentidos- es la transformación de lo inmanifiesto, lo desconocido e invisible en lo manifiesto, lo conocido y lo visible. 


El universo físico no es otra cosa que el yo plegado sobre sí mismo para experimentarse como espíritu, mente y materia física. En otras palabras, todos los procesos de la creación son procesos por medio de los cuales el yo o la divinidad se expresa.La conciencia en movimiento se manifiesta a través de los objetos del universo, en medio de la danza eterna de la vida.
La fuente de toda creación es la divinidad o el espíritu; el proceso de creación es la divinidad en movimiento o la mente; y el objeto de la creación es el universo físico, del cual forma parte nuestro cuerpo.
Estos tres componentes de la realidad -espíritu, mente y cuerpo, u observador, proceso de observación y observado- son básicamente la misma cosa. Todos provienen del mismo sitio: el campo de la potencialidad pura, puramente inmanifiesto.

Las leyes físicas del universo representan en realidad todo este proceso de la divinidad en movimiento o de la conciencia en acción. Cuando comprendemos estas leyes y las aplicamos en nuestra vida, todo lo que deseamos puede ser creado, porque las mismas leyes en que se basa la naturaleza para crear un bosque, o una galaxia, o una estrella o un cuerpo humano, pueden convertir en realidad nuestros deseos más profundos.

La mente universal es la coreógrafa de todo lo que sucede en miles de millones de  galaxias y hace su trabajo con una precisión exquisita y con una inteligencia inquebrantable.
Su inteligencia es máxima y suprema e impregna cada fibra de la existencia: desde la más pequeña hasta la más grande, desde el átomo hasta el cosmos. Todo lo que vive es expresión de esta inteligencia. Y esta inteligencia actúa a través de las siete leyes espirituales.

Si miramos cualquiera de las células del cuerpo humano, a través de su funcionamiento veremos la expresión de estas leyes. Cada célula, sea del estómago, del corazón o del cerebro, se origina en la ley de la potencialidad pura.
El ADN es el ejemplo perfecto de la potencialidad pura; en realidad, es la expresión material de ella. El mismo ADN que hay en todas las células del cuerpo, se expresa de diferentes maneras para cumplir los requisitos particulares de cada una.

Cada célula opera además a través de la ley del dar. Una célula vive y permanece sana cuando está en estado de equilibrio. Este estado es de realización y armonía, pero se mantiene a través de un constante dar y recibir.

Cada célula da y apoya a las demás, y a cambio recibe alimento de ellas. La célula  permanece en estado de flujo dinámico, el cual jamás se interrumpe. En realidad, el  flujo es la esencia misma de la vida de la célula. Y solamente manteniendo este flujo de  dar puede la célula recibir y, por tanto, continuar con su existencia vibrante.
Las células ejecutan con suma perfección la ley del karma, porque incorporada en su inteligencia está la respuesta más apropiada, precisa y oportuna para cada situación se presenta.
Las células también ejecutan con suma perfección la ley del menor esfuerzo: cumplen su trabajo con tranquila eficiencia, en un estado de sosegada vigilancia.

Por medio de la ley de la intención y el deseo, cada intención de cada célula utiliza el  infinito poder organizador de la inteligencia de la naturaleza. Hasta una intención  simple como la de metabolizar una molécula de azúcar desencadena inmediatamente  una sinfonía de sucesos en el cuerpo para secretar las cantidades exactas de hormonas  en el momento preciso, a fin de convertir la molécula de azúcar en pura energía  creativa.

Desde luego, cada célula expresa la ley del desapego. No se aferra al resultado de sus intenciones. No duda ni tropieza porque su comportamiento es función de una  conciencia centrada en la vida y en el momento presente.

Cada cédula también expresa la ley del dharma; debe descubrir su propia fuente, el  yo superior; debe servir a sus congéneres y expresar su talento único. Las células del  corazón, del estómago, del sistema inmune, todas se originan en el yo superior, el campo de la potencialidad pura. 
Y como están directamente enlazadas con ese computador cósmico, pueden expresar  sus talentos únicos con toda facilidad y conciencia atemporal.

Sólo expresando sus talentos únicos pueden mantener tanto su propia integridad como  la de todo el cuerpo. El diálogo interno de cada una de las células del cuerpo humano es:

-¿Cómo puedo ayudar?

Las células del corazón desean ayudar a las células del sistema inmune, y éstas desean  ayudar a las del estómago y a las de los pulmones, y las células del cerebro se dedican a escuchar y ayudar a todas las demás. Cada una de las células del cuerpo humano tiene solamente una función: ayudar a todas las demás.

Observando el comportamiento de las células de nuestro cuerpo, podemos ver la  expresión más extraordinaria y eficiente de las siete leyes espirituales. Ésa es la  genialidad de la inteligencia de la naturaleza. Son los pensamientos de Dios; lo demás  son sólo detalles.

Las siete leyes espirituales del éxito son principios poderosos que nos ayudarán a alcanzar el dominio de nosotros mismos, veremos que podremos hacer realidad  cualquier cosa que deseemos, toda la abundancia, todo el dinero y todo el éxito que deseemos.
También veremos que nuestra vida se volverá más alegre y próspera en todo sentido, porque estas leyes también son las leyes espirituales de la vida, aquéllas que hacen que vivir valga la pena.

Existe una secuencia natural para aplicar estas leyes en la vida diaria, la cual puede ayudarnos a recordarlas. La ley de la potencialidad pura se experimenta por medio del silencio, de la meditación, del hábito de no juzgar, de la comunión con la naturaleza, pero es activada por la ley del dar. El principio consiste en aprender a dar lo que se busca.

Así es como uno activa la ley de la potencialidad pura. Si buscamos abundancia, demos abundancia; si buscamos dinero, demos dinero; si buscamos amor, aprecio y afecto, aprendamos a dar amor, aprecio y afecto.

Por medio de nuestros actos en la ley del dar, activamos la ley del karma. Si creamos  un buen karma, éste nos facilitará todo en la vida. Notaremos que no necesitamos mayor esfuerzo para satisfacer nuestros deseos, lo cual nos lleva automáticamente a comprender la ley del menor esfuerzo.
Cuando todo ocurra con facilidad y sin esfuerzo, y todos nuestros deseos se cumplan  sin cesar, espontáneamente comenzaremos a comprender la ley de la intención y el deseo. Cuando nuestros deseos se cumplan sin esfuerzo, nos será fácil practicar la ley del desapego.

Por último, cuando comencemos a comprender todas estas leyes, comenzaremos a concentrarnos en nuestro verdadero propósito en la vida, lo cual lleva a la ley del dharma.
A través del uso de esta ley, expresando nuestros talentos únicos y satisfaciendo las necesidades de los otros seres humanos, empezaremos a crear lo que deseemos, cuando lo deseemos. Nos volveremos despreocupados y alegres, y nuestra vida se convertirá en la expresión de un amor sin límites.

Nos hemos detenido momentáneamente para encontrarnos unos a otros, para  conocernos, amarnos y compartir. Este es un momento precioso, pero transitorio. Es un pequeño paréntesis en la eternidad. Si compartimos con cariño, alegría y amor,  crearemos abundancia y alegría para todos. Y entonces este momento habrá valido la pena.

Compilado: Anónimo Donoso.
Texto: Las Leyes Espirituales del Éxito.
Deepak Chopra

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